De la introducción:
Este libro analiza el hecho de hacerse el boludo y sus consecuencias. Propone quiénes y cuándo se hacen los boludos. Uno, en primer lugar, y todos.
Hacerse el boludo es, probablemente, una de las disciplinas más y mejor practicadas del mundo. Hay libros, enciclopedias, carreras universitarias, cursos, discursos, programas y programaciones de TV, arte en todas sus expresiones, posturas religiosas, amigos, padres y maestros que te explican la mejor manera de hacerte el boludo, o mejor aún, cómo transformarte en un boludo sin retorno, para que ya no tengas que hacerte el boludo, sino, a través de la práctica y el recorte de toda potencialidad significativa, seas un boludo calificado. Y es un deporte que puede jugarse single, doble o en equipo sin límite de jugadores, porque hay personas, parejas, grupos, poderes, comunidades, sociedades, naciones y grupos de naciones que se afanan en ser campeones mundiales de esta ingrata disciplina que le jode la vida a la humanidad.
Del capítulo quinto:
Toda división es un engaño. Es el problema de las categorías y parcialidades. Ideales y banderas que identifican a cada ser humano se sostienen en el mástil del error. No es fácil descender de allí. Por eso es necesario ser drástico en el planteo que continúa. No se puede desarrollar la mentira, en este caso, para ir descubriendo una verdad.
Creo que hay dos raíces de la lamentable división que afecta al hombre. Una, el hábito de la miseria, la escasez. La otra, fundada en ésta, el erróneo concepto de felicidad comparativa.
Por aquellos lejanísimos tiempos de la humanidad donde apenas se nos diferenciaba de las bestias, cuando no había aún técnicas para lograr el sustento y el hombre vivía de los frutos que recolectaba o las bestias que mataba, comenzó a gestarse esta confusión que aún hoy padecemos. Aunque la necesidad de dicho padecimiento no se sustenta ya, nos ha quedado el hábito. El engaño dice, en pocas palabras:
Debido a la escasez, mi supervivencia, gozo y felicidad se confrontan a los de los “otros”.
Y desde allí comienza una larga peregrinación que nos llevará nuevamente al origen, la perfecta integración. Aquella fue la división original: “uno” soy yo, y “otros”, todos y todo lo demás. El proceso que vive la humanidad, y que es un retorno, es ampliar ese “uno” y achicar ese “otros”. La meta es la supresión total de “otros”. Se gesta la familia y uno ya no es “yo” sino mi familia. Se funden las familias y “uno” ya no es mi familia sino mi tribu, mi comunidad. Pueblos, aldeas, naciones, y, en los últimos tiempos, regiones. La idea de “uno” alcanza cada vez dimensiones mayores.
En tiempos antiguos solamente hombres espirituales con una visión profunda y a modo de intuición o revelación podían alcanzar a experimentar esta unidad. La vida transcurría en un espacio muy pequeño y la comunicación alcanzaba tiempos y áreas pequeñas también, la experiencia de unidad de los hombres comunes de aquellos tiempos se limitaba al ambiente y tiempo inmediato. Hoy, en cambio, el hombre común tiene, a través de comunicación, experiencia, viajes, historia y arte, una visión y una vivencia más claras de esa unidad connatural.
Pero la división subsiste y se ha transformado en una fuerza que afecta a cada hombre en particular, y se contrapone a otra fuerza natural, que es la integración, la unión, el retorno.
La división subsiste en el engaño de los intereses contrapuestos, donde la plenitud y felicidad de “uno” (se entienda uno como una persona o un grupo) depende del cambio o la caída de “otro” (nuevamente, “otro” puede ser singular o plural). Así ven los hombres todo confuso: que si no hay hambre aquí no hay riqueza allí, que si no cae el Islam no se eleva el judaísmo, que si asciende mi compañero yo caigo, que el liberalismo depende de la ruina del socialismo, que la grandeza de una nación se alimenta de la miseria de otras.
Este libro analiza el hecho de hacerse el boludo y sus consecuencias. Propone quiénes y cuándo se hacen los boludos. Uno, en primer lugar, y todos.
Hacerse el boludo es, probablemente, una de las disciplinas más y mejor practicadas del mundo. Hay libros, enciclopedias, carreras universitarias, cursos, discursos, programas y programaciones de TV, arte en todas sus expresiones, posturas religiosas, amigos, padres y maestros que te explican la mejor manera de hacerte el boludo, o mejor aún, cómo transformarte en un boludo sin retorno, para que ya no tengas que hacerte el boludo, sino, a través de la práctica y el recorte de toda potencialidad significativa, seas un boludo calificado. Y es un deporte que puede jugarse single, doble o en equipo sin límite de jugadores, porque hay personas, parejas, grupos, poderes, comunidades, sociedades, naciones y grupos de naciones que se afanan en ser campeones mundiales de esta ingrata disciplina que le jode la vida a la humanidad.
Del capítulo quinto:
Toda división es un engaño. Es el problema de las categorías y parcialidades. Ideales y banderas que identifican a cada ser humano se sostienen en el mástil del error. No es fácil descender de allí. Por eso es necesario ser drástico en el planteo que continúa. No se puede desarrollar la mentira, en este caso, para ir descubriendo una verdad.
Creo que hay dos raíces de la lamentable división que afecta al hombre. Una, el hábito de la miseria, la escasez. La otra, fundada en ésta, el erróneo concepto de felicidad comparativa.
Por aquellos lejanísimos tiempos de la humanidad donde apenas se nos diferenciaba de las bestias, cuando no había aún técnicas para lograr el sustento y el hombre vivía de los frutos que recolectaba o las bestias que mataba, comenzó a gestarse esta confusión que aún hoy padecemos. Aunque la necesidad de dicho padecimiento no se sustenta ya, nos ha quedado el hábito. El engaño dice, en pocas palabras:
Debido a la escasez, mi supervivencia, gozo y felicidad se confrontan a los de los “otros”.
Y desde allí comienza una larga peregrinación que nos llevará nuevamente al origen, la perfecta integración. Aquella fue la división original: “uno” soy yo, y “otros”, todos y todo lo demás. El proceso que vive la humanidad, y que es un retorno, es ampliar ese “uno” y achicar ese “otros”. La meta es la supresión total de “otros”. Se gesta la familia y uno ya no es “yo” sino mi familia. Se funden las familias y “uno” ya no es mi familia sino mi tribu, mi comunidad. Pueblos, aldeas, naciones, y, en los últimos tiempos, regiones. La idea de “uno” alcanza cada vez dimensiones mayores.
En tiempos antiguos solamente hombres espirituales con una visión profunda y a modo de intuición o revelación podían alcanzar a experimentar esta unidad. La vida transcurría en un espacio muy pequeño y la comunicación alcanzaba tiempos y áreas pequeñas también, la experiencia de unidad de los hombres comunes de aquellos tiempos se limitaba al ambiente y tiempo inmediato. Hoy, en cambio, el hombre común tiene, a través de comunicación, experiencia, viajes, historia y arte, una visión y una vivencia más claras de esa unidad connatural.
Pero la división subsiste y se ha transformado en una fuerza que afecta a cada hombre en particular, y se contrapone a otra fuerza natural, que es la integración, la unión, el retorno.
La división subsiste en el engaño de los intereses contrapuestos, donde la plenitud y felicidad de “uno” (se entienda uno como una persona o un grupo) depende del cambio o la caída de “otro” (nuevamente, “otro” puede ser singular o plural). Así ven los hombres todo confuso: que si no hay hambre aquí no hay riqueza allí, que si no cae el Islam no se eleva el judaísmo, que si asciende mi compañero yo caigo, que el liberalismo depende de la ruina del socialismo, que la grandeza de una nación se alimenta de la miseria de otras.